jueves, 8 de diciembre de 2011

Cual hijo prodigo


Esta es la bonita historia de un balón de baloncesto.
Todo empieza en el mes de septiembre cuando jugamos el Torneo 4x4 de los Teletubbies. Cuando la fase de grupos estaba a punto de finalizar en la tarde del sábado, yo tuve que marcharme rápidamente para acudir a una boda. Cómo el equipo de mi hermano aún tenía que jugar un partido le dejé mi bola para que pudiese calentar. Como si de una tragedia griega se tratase prevení a mi hermano para que no se dejase olvidada la pelota, pero contra el destino nada podemos hacer los simples humanos. El caso es que la bola allí se quedó.

No valía gran cosa, pero era la pelota que usaba para jugar en los duros aros de los Teletubbies (esos mismos que habían destrozado la preciosa bola de Los Lakers que mi primo me había regalado en mi 36 cumpleaños). Víctor quiso darme su pelota para que pudiese seguir jugando los sábados, y aunque la rechacé en un primer momento, me quedé con ella en usufructo.

Pero los dioses son caprichosos y volvieron a dejarme sin balón. Esta vez fui yo el que lo dejé olvidado en nuestro primer entrenamiento en Alcolea. No habían pasado 24 horas cuando llamé al conserje del polideportivo del Haza del Demonio para que buscara el balón, pero ya no estaba. 

Pasó el tiempo y ya lo daba por perdido. Mi hermano me regaló un precioso Nike para mi cumple con lo que volvía a ser un hombre completo de nuevo. Más, los hados cambiaron de parecer y en nuestro último partido en Alcolea (otra casualidad, porque de no haber sido por la lluvia, no habríamos vuelto al pabellón), el conserje se me acerca y me dice: El otro día, una mujer llegó con su hijo para entregar este balón. El chiquillo lo había cogido y la madre lo traía para darle una lección de honradez a su vástago. ¿Es tuyo?

Lo miré, casi ni lo reconocí conmovido por la alegría de haber conocido por primera vez la victoria con mis Tuku Tukus,  y lo guardé pensando en que daba igual que no fuese el mío, un balón es un balón. Pero llegado a casa, al guardarlo en el sótano, lo reconocí y me alegré no por tener de nuevo ante mí a un trozo de cuero que creía perdido y que había encontrado... Sonreí porque a pesar de los malos tiempos podemos seguir creyendo en la gente. Aunque tal vez nunca lo sepa le agradezco a esa madre un gesto tan simple pero a la vez tan hermoso. ¡Gracias!

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